Por Daniel Sticco
Siempre se sostuvo que las nuevas tecnologías constituían una vía clara para el crecimiento de las naciones, pero también dan lugar a una amenaza para los trabajadores, en particular con edad bien madura, porque podrían ser fácilmente sustituidos por robots en busca del aumento de la productividad que potenciara la ganancia de los inversores capitalistas, y también, como consecuencia secundaria de mejora de los ingresos de quienes conservaran sus puestos.
Por ciclos, ese concepto apareció en los debates de los intelectuales, pero también de las fuerzas representativas de los trabajadores, desde la primera revolución industrial, que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII, en el Reino Unido y que se extendió unas décadas después a gran parte de Europa occidental y Norteamérica, y que concluyó entre 1820 y 1840, porque dio lugar a un proceso de transformación económica, social y tecnológica, con severo impacto en la demanda de trabajadores para tareas consideradas tradicionales, hasta nuestros días.
Pero desde 2013, para no ir más atrás, fueron surgiendo diversos estudios internacionales y locales que alertaron sobre la destrucción de empleos que provocan las nuevas tecnologías, porque comenzaron a advertir por la aceleración de la velocidad de los cambios en los métodos de producción, y también en los tiempos de movilidad y comunicación de las personas y de los productos y los servicios.
Que los robots, la automatización y el software son capaces de sustituir a las personas es algo evidente para cualquiera que haya trabajado en la fabricación de automóviles, o como agente de viajes, y antes en la siembra y recolección de granos y productos del campo, aunque también en otras múltiples actividades.
Sin embargo, no parece tan contundente que se cumplieran las predicciones de nuevas teorías que vaticinaban la destrucción de trabajos netos a mayor ritmo que en el pasado, una suerte de adaptación de la conocida teoría de fines del siglo XVIII de Thomas Robert Malthus. Fue el primer economista en sostener que la población crecía a un ritmo geométrico (se multiplica por un factor constante), mientras que la producción de alimentos lo hacía a ritmo aritmético (se suma un factor constante), lo que alertaba sobre un futuro de crisis alimentaria en el mundo.
El singular aporte de las nuevas tecnologías
Pero fue justamente la llegada de las nuevas tecnologías la que posibilitó el cierre de esa brecha, aunque en algunos países, como la Argentina, decisiones políticas caprichosas y, por tanto discrecionales, llevaron a que los alimentos no lleguen en la cantidad necesaria a casi uno de cada 10 residentes, y en condiciones limitadas a uno de cada tres.
Y, peor aún, algunos estudios llegan a alertar por la caída de los ingresos medios y, de ese modo, por el aumento de la desigualdad de ingresos entre los habitantes de un país y su comparación con el resto.
Con la aparición de nuevas tecnologías que han llevado al extremo de que se puedan hacer compras y pagos desde un escritorios a cualquier proveedor ubicado a miles de kilómetros, al punto que comienzan a extenderse las sucursales de bancos sin cajeros atendidos por personas, también aparecieron nuevas tareas y especializaciones que generaron oportunidades laborales, y provocaron que los servicios alcanzaran una proporción de su contribución al PBI de las naciones muy superior a la de los productores de bienes, en particular en las más desarrolladas y de más alto ingreso por habitante.
Ambos casos, la baja de los empleos tradicionales y el aumento de las ocupaciones más modernas que surgen de las nuevas tecnologías, no sólo se producen a una velocidad notable, sino también posibilitan la elevación del ingreso medio, clave para estar a la altura de los nuevos acontecimientos, como lo demuestra el grado de saturación del acceso de la población a la compra de teléfonos móviles inteligentes que los conecta con las últimas tecnologías de comunicación.
Es claro que el retroceso en el nivel de la educación en la Argentina en las últimas décadas es un motivo de preocupación para el futuro laboral de muchos jóvenes. Pero la capacidad del ser humano para superarse y para recuperar el tiempo perdido se ve que fue posible en muchos países.
De ahí que en una serie de la variación del desempleo en unos sesenta países que representan en conjunto más del 90% del PBI mundial, entre el primer lustro de los 80 e igual tramo de la corriente década se advierte que en poco más de la mitad de las naciones se elevó la tasa de desocupación, pero en muchos casos respondió a crisis internas ajenas a la revolución tecnológica, y en otros, al efecto de una base de comparación singularmente baja, pero sin perder la condición de cuasi pleno empleo técnico. Mientras que en términos de ingreso medio se observaron en general claros progresos.
Es cierto que, como a principios de los 80, nadie, o muy pocos, conocen hoy cuáles serán las nuevas ofertas laborales del futuro, pero no aparecen razones de peso para predecir que en 30 años se asistirá a un escenario de mayor desempleo, caída de ingresos y creciente desigualdad entre los recursos que percibirá el promedio de la población.