Por Nery Persichini
“Quienes invierten en la bolsa son millonarios o especialistas. El mercado es para muy pocos”. En esa frase podría simplificar la opinión del argentino promedio acerca del mercado de capitales. Ante la ignorancia, la idea adquiere un tono prohibitivo y, así, hablar de inversiones se vuelve un tema tabú.
Entiendo y respeto perfectamente el punto. Décadas inflacionarias y con devaluaciones pulverizaron el ahorro nacional y acorralaron a quienes deseaban proteger su capital a dos únicas alternativas: consumir o dolarizarse.
Como consecuencia, el camino inversor quedó severamente obstaculizado para individuos que, incluso con excedentes financieros, tienen un capital atrofiado que ni siquiera puede crecer al ritmo de la inflación. Y, como veremos inmediatamente, no siempre es por falta de oportunidades, sino que el desconocimiento y la desidia también son culpables.
¿Acaso existe una secuencia o camino para convertirse en inversor? La respuesta es afirmativa.
Hay una serie de etapas que, gradualmente, acercan a cualquier argentino a poner un pie en la bolsa mucho más fácilmente de lo que se cree. A continuación, las fases que llevan al consumidor a erigirse como inversor.
1) El consumidor
Es aquel que usa todo su ingreso disponible (incluso préstamos personales) para pagar las cuentas de su hogar y gastos de consumo. Al final de cuentas, no consigue generar capacidad de ahorro.
Se trata de una incómoda realidad que afecta a la mayoría de los argentinos. Las razones no solamente se asocian a la pobreza y a la informalidad. En muchos casos, también existe una mala administración como lo es la práctica “primero gasto, luego ahorro”. Para revertir la situación, un plan de ahorrar antes de consumir, por ejemplo, el 5% del ingreso, es una medida efectiva.
2) El atesorador
En este caso, ya estamos en presencia capacidad de ahorro. Es decir, no todo el ingreso se destina a consumo y, por lo tanto, hay posibilidades para aplicar ese dinero excedente. Sin embargo, el atesorador se destaca porque sus ahorros los destina principalmente a comprar dólares físicos.
Hablamos de un comportamiento netamente defensivo que no tiene efecto derrame en la economía (ese dinero no financia a nadie) y que procura mantener el poder adquisitivo.
Pero, en la práctica, el plan cae en saco roto por, al menos, dos razones: la primera es que la cantidad de dólares no cambia. Es siempre la misma porque no hay tasa de interés de por medio. Esto hace que la estrategia sea vulnerable a la inflación internacional y, por lo tanto, esos billetes pierdan poder adquisitivo en moneda dura año a año.
La segunda razón es idiosincrática. Como vivimos en Argentina, la tendencia natural de los últimos años ha sido la del atraso cambiario. En otras palabras, la inflación se mueve más rápido que la depreciación del peso frente al dólar. Esto produce que los dólares del atesorador, convertidos a moneda local, pierdan la carrera contra el aumento del costo de vida y fallen en su meta defensiva original.
3) El ahorrista
Nuevamente, existe un excedente luego de consumir. A diferencia del atesorador, el ahorrista le da un destino más productivo a sus pesos como lo podría ser una alternativa tradicional como los plazos fijos. Cabe señalar que los depósitos fondean el ciclo de crédito de los bancos y, de alguna forma, llegan a la economía.
Sin embargo, el ahorrista se parece en algo al atesorador: no le puede ganar a la inflación. Por mencionar la última “derrota”, en 2017 la estrategia de ahorrar en plazos fijos cada 30 días y renovarlos rindió 20,5%, mientras que la inflación del año fue 24,8%.
Esta situación, tan lejos de ser óptima, es denominador común entre los argentinos, sin importar el nivel de ingresos, y se vale del desconocimiento para perdurar. Para romper con este círculo vicioso, es fundamental dar un salto de calidad y transformarse en inversor.
4) El inversor
Es un sujeto liberado de los prejuicios que se animó a dar un paso al frente para emplear mejor su pequeño o gran capital. Tuvo el coraje de salir de la zona de confort que significan las tradicionales apuestas por el dólar y los plazos fijos para entrar en un terreno poco explorado: el mercado de capitales.
Este ámbito es un canal de financiamiento, diferente al bancario, en el cual agentes con ahorro fondean al sector público (Tesoro nacional, provincias y municipios) y a empresas. En este mercado de capitales, el ahorro se convierte en inversión social o productiva. A cambio, el inversor recibe una rentabilidad esperada acorde al riesgo tomado.
Acciones, bonos, Lebac y fondos comunes, entre otros, son algunos de los instrumentos que permiten al inversor no solamente resguardar su capital en nivel constante, sino también multiplicarlo. Así, las Lebac en 2017 ofrecieron una ganancia de 3% real por encima de la inflación. Por su parte, el mercado de acciones, tomando el índice Merval como referencia, ganó 77,8% en términos nominales o 42% real.
En suma, la transformación hacia inversor es un proceso gradual que cualquier persona puede emprender. Tan sólo $ 1.000 y una actitud despojada de temores, pero abierta al conocimiento de nuevas oportunidades bastan para romper la opaca crisálida del atesorador y del ahorrista y convertirse en un flamante inversor capaz explotar el potencial del mercado de capitales.